martes, 25 de marzo de 2014

SEVILLA EN ... EL PREGÓN DE LA SEMANA SANTA (25 de marzo)



Ya se ha dicho y se ha dicho bien, que cada cofrade lleva en sí una Semana Santa distinta y particularísima, que nos plantea la imposibilidad de su exacta exposición. Una Semana Santa, como grabada a fuego de fervores en las fibras más íntimas del espíritu y por tanto, totalmente inaprehensible a través del medio discursivo.

No voy por ello, a intentar descubriros aquello que sólo puede descubrir la propia ilusión de vuestro sueño; voy a exponeros sencillamente, esa Semana Santa que vibra por los más ocultos rincones de mi sangre, y que yo quisiera asemejar totalmente, a esa que corre por vuestras venas, en estos días de vísperas solemnes y a flor de todos los sentidos. 


Quiero para ello, partir del punto donde nace esa especie de constante deseo, que por hondo y sentido, jamás podrá ser explicado, y de donde necesariamente tiene que brotar la canción poemática que nos lleve a la fiel evocación de aquel momento fijo en nuestro recuerdo, como una soleá quebrada por algún oculto y florido rincón trianero, donde fue a convertirse en emperadora del cante, para unida con el "martinete" y la "seguiriya", hacerse ritmo doloroso en labios del requiebro, y así cantar, como sólo en Sevilla puede y sabe cantarse, -con sabor de pena y sangre entremezclados- la Pasión Bendita de Dios, que por salvarnos y redimirnos, se hizo carne, habitó entre los hombres, y sufrió muerte cruenta, sobre el Árbol Divino de la Cruz.

No intentaré tampoco -porque queda fuera de mis conocimientos y lejos de mis posibilidades- recurrir al fondo teológico o filosófico de nuestra gran Fiesta religiosa; ni me servirá tampoco de apoyo argumental, la cita ni la anécdota.

Seguiré la línea trazada desde el principio con la sola ayuda de mi propio sentir, y uniendo mi corazón al vuestro, comenzaremos nuestro espiritual recorrido por las esquinas y revueltas de la ciudad, tras la evocación de cualquier itinerario vivido tantas y tantas veces y comentado después en múltiples y distintas ocasiones, cuando la nostalgia del momento llevaba consigo toda la fuerza arrolladora del recuerdo.

Por eso quiero que sepáis, y no olvidéis, que a la evocación de cualquier Imagen o Cofradía, no deberemos nunca circunscribirnos a ella concretamente.
 
Sobre la Vía Dolorosa de Sevilla, sólo existirá el Cristo y la Virgen de la particular devoción de cada uno; y una voz que cante, y un corazón que sienta, y todos los ojos unidos en una misma mirada y en una idéntica contemplación; en esa contemplación, que hace llorar nuestra sangre por sus más recónditas aristas; que incendia de goce celestial las alas de nuestro espíritu; que llueve de flores nuestro más limpio sueño, y que va repitiendo a cada paso, que aquello que estamos contemplando, es el poema más maravilloso y perfecto que ningún pueblo de la tierra pudo ofrecer, como fidelísima interpretación de la Pasión Redentora. Porque tenía que unirse en íntima y apretada conjunción, la luz y el color, la pena y la alegría, la gracia y la belleza, y de ello surgir el milagro de nuestra Sevilla, de nuestra primavera y de nuestra Semana Santa, que por ser como es, tenía que ser única y sin posible semejanza, a pesar del esfuerzo totalmente estéril, de los que copiándola, intentan arrebatarle inútilmente su eterna primacía.

- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1956.
     Antonio Rodríguez Buzón. 

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