viernes, 28 de marzo de 2014

SEVILLA EN ... EL PREGÓN DE LA SEMANA SANTA (28 de marzo)



Todos estamos convencidos y contentos del logro estético de nuestra Semana Santa, pero conviene que no caigamos en la tentación de Pedro en el Monte Tabor: "Señor, bien estamos aquí; hagamos tres tiendas y permanezcamos". Vivimos en una ciudad en evolución y en trance de crecimiento, y hay cosas en la ciudad y en la Semana Santa que se van y cosas que están llegando. 


Ya no es la salida de la Hiniesta la primera flor que se abre en este Vía Crucis de belleza. Ya no es el Miserere de Eslava la cifra musical del Miércoles y el Jueves Santo que traía a los sevillanos en cada versículo una emoción y en cada nota un recuerdo. Ya se ha modificado la estructura sevillana del Jueves Santo, cuando la visita a los Monumentos congregaba a las familias y subrayaba con sobriedad y rango la belleza de las mujeres. Ya se nos está yendo el grandioso Monumento de la Catedral que Antonio Florentín construyera en 1545. Ya se nos ha ido el ascético sermón de las tres horas, en que las siete palabras se nos clavaban en el espíritu a través de una meditación activa y sobria.

Van llegando nuevas cofradías, modificaciones litúrgicas, itinerarios y horarios nuevos, nuevas calles, nuevos barrios, nuevos templos. No importa que las cosas que se van nos produzcan dolor, si sabemos superar la nostalgia estéril y pesimista. Pero importa mucho que las cosas que llegan se integran sin descoyuntamiento en lo que es una ciudad bien lograda y una Semana Santa imperfectible. Como en la vieja fórmula castellana si sabemos integrarlo Dios y la ciudad nos lo premien, y si no nos lo demanden.

Merece y mucho la pena cuidarla, que Sevilla es la Jerusalén de España. Su misma blancura y terrazas; sus mismas casas recatadas por fuera y bellas, primorosas por dentro; sus mismas irregulares calles estrechas, sus murallas, su templo en lo más alto y en lo más alto del templo el arca de la alianza; su mismo vivir apasionadamente los misterios de Dios. Su misma, y es lo importante, plenitud en la muerte del Hijo del Hombre.

Sevilla es paradigma de equilibrio. Jerusalén está en la cima de la historia de los tiempos. Todo en la Pasión está lleno de maciza plenitud. Dios muere en primavera, ni en verano ni en invierno, en primavera. Ni en la vehemencia de la mocedad ni en la resignada melancolía de la vejez, a los 33 años. Ni en la mañana acuciosa y apresurada ni en el anochecer de penumbras, en la mitad del día. Dándonos esa lección que el sevillano incorpora sin esfuerzo del equilibrio que no es tibieza que nada contiene, sino apasionada y serena tensión que lo contiene todo.

Esta nueva Jerusalén se transfigura en la noche de misterios y amor del Jueves y la madrugada y mañana del Viernes. Las doce de la noche: Jesús empieza a padecer en Getsemaní ese hastío, ese tedio de la vida más agudo que un látigo o un clavo; el sometimiento a la voluntad del padre domeñando la repugnancia de su propia voluntad. A esta hora dos de los Cristos más patéticos de Sevilla, Montesión y Pasión, están a las puertas de sus templos recibiendo de sus hermanos el consuelo de que no sufrió inútilmente. 

- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1962.
     Sebastián García Díaz. 

No hay comentarios: